Radio Nacional de España




lunes, 25 de junio de 2007

"7 RAZONES" PARA DENUNCIAR LAS SECUELAS DE LA INDOLENCIA INSTITUCIONAL

Nancho Novo, en un descanso del rodaje. Foto. C. Moctezuma)Claudia Moctezuma. Cartagena/Alcantarilla .
Fuente: Vegamediapress

Un sol de justicia, una casa en el campo de Cartagena, un par de viviendas y algunas de las calles de Alcantarilla, han sido el marco durante los días 21 y 22 de junio del final del rodaje de “7 Razones”, en el que han participado actores de la talla de Nancho Novo de “La flor de mi secreto”, “Los amantes del circulo polar”, “Tierra de fuego”, “Mas que amor, frenesí”; Ana Otero de “Amar en tiempos revueltos”, y “Todos los hombres sois iguales” y los actores de la compañía de teatro de Enrique Escudero, el director de la película. Es una denuncia ante el olvido y la desidia por parte de las autoridades sanitarias que en su día, dieron el visto bueno a un medicamento que cambiaría la vida de miles de familias en el mundo, muchas de ellas en España. La talidomida es el principio activo de medicamentos que fueron recetados en 50 países durante las décadas de los 50’s y 60’s para paliar las náuseas, vómitos y mareos de las embarazadas y que posteriormente ocasionaron deformaciones en las extremidades superiores y/o inferiores y en órganos internos hasta causar la muerte de muchos de los recién nacidos. Hoy esos niños son adultos que piden que se les escuche.

El cortometraje, inspirado en el libro “Hijos de la Talidomida” de José Riquelme, presidente de la Asociación de Víctimas de la Talidomida en España (AVITE), es una forma de dar voz a lo ocurrido. Narra la vida de Riquelme: su nacimiento marcado por la deformidad que sufre y que hace que no sea mostrado a su madre hasta el tercer día. De cómo éste con 17 años, encuentra un ejemplar de Interviú tirado en el suelo en una escombrera, abierto justamente en las paginas de un artículo, titulado ¡Y es feliz!, que narra la historia de un niño británico –Terry Wyles- mutilado a consecuencia de un medicamento que su madre tomara durante los meses de gestación. A partir de esta terrible coincidencia da inicio una serie de investigaciones que durará años y que le hará enfrentarse a las instituciones sanitarias, laboratorios, médicos y al propio gobierno.


Como surge la idea del cortometraje
Enrique Escudero, su director y José Gabriel Bertos, ayudante de dirección , son dos de los artífices de este proyecto. Un día, cuando Bertos vió por televisión a José Riquelme contando su historia, en una entrevista del programa “Las cerezas” de TVE presentado por Julia Otero, supieron que la mejor manera de ayudar a las víctimas de la talidomida era a través de una cámara. Y así lo hicieron. Los actores: Pedro Segura, Juanjo Belizón, Alejandro Ríus, Laly Gómez, José Antonio Ortas, Miguel Cerezuela, María José Rosique, José Imbernón, Antonio Fidel, (antiguo miembro del grupo El Ultimo de la Fila) el encargado de la banda sonora, junto con Escudero y Bertos componen el equipo de gente que se ha comprometido de forma altruista para que esta historia se sepa. Riquelme tiene también un pequeño papel en el corto. El cortometraje ha sido financiado con una subvención de la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia.

Todos ellos con una predisposición excelente mostraron su profesionalidad y paciencia durante las más de cinco horas que duró el último día del rodaje.

En lo que también coinciden todos es en la importancia de contar esta historia, porque “La ignorancia no es buen aliado y no está bien mantener ignorante a la gente de algo que se podía haber evitado” afirmaba Ana Otero , mientras que Nancho Novo decía que si bien, “el arte no vale para solucionar problemas, si puede valer para intentar cambiar algunas cosas. Los artistas no podemos parar guerras, pero por lo menos, podemos y debemos intentarlo”. El siguiente paso será presentar a la Filmoteca Regional y a 250 certámenes y festivales el corto.

España y la Talidomida
Lo que pasó en España resulta muy llamativo, pues en otros países sí se ha reconocido a las víctimas de la Talidomida e incluso se les ha indemnizado económicamente. No obstante los afectados españoles no buscan sólo esto, si no el reconocimiento y apoyo social e institucional desde la Administración Central que les ha rechazado durante medio siglo. Ministerio de Sanidad, médicos, farmacéuticos y laboratorios, a pesar de las pruebas presentadas por AVITE, como los frascos originales o los Vademécum, han negado que se vendiese talidomida en España y por tanto, la existencia de víctimas españolas.

Se ha llegado a pensar que "esto, ya ha pasado" como si se tratara de una enfermedad temporal con fecha de caducidad. No es una enfermedad, son las terribles secuelas de un medicamento que en su día tomasen miles de embarazadas por culpa de una desidia institucional y profesional por parte de las autoridades sanitarias. En la sesión número 29 celebrada el martes 20 de febrero de este año AVITE acudió al Congreso de los Diputados y planteó cuestiones como: “¿Por qué los tres laboratorios responsables se niegan a revelar qué cantidad de talidomida vendieron en España entre 1956 y 1961, que fue cuándo ésta se comercializó? ¿Por qué el Ministerio de Sanidad no obliga y exige a dichos laboratorios que revelen ese dato?”

El actual Gobierno y en concreto su Ministerio de Sanidad, ha recibido a AVITE en 5 ocasiones, y esta llevando a cabo un Protocolo Clinico, para dilucidar hoy, casi 50 años después, quien fue afectado y quien no, por la talidomida en España. Sin embargo, para dicho Protocolo sea posible, a cada uno de los posibles afectados y miembros de AVITE, se les pide el frasco que pudieron tomar sus madres en el embarazo. La receta medica, e incluso informes médicos de los hospitales en donde nacieron, pese a que en aquellos años, en la España franquista, se nacía en los domicilios particulares. A esta situación se le suma la negativa por parte del Ministerio de Sanidad de hacer saber que se está realizando un Protocolo Clínico, lo que haría que afloraran más posibles casos.

Origen nazi.
Al parecer, tiene su origen en el campo de concentración nazi de Nüremberg, donde fue creado por el doctor Heinrich Mückter, mientras realizaba ensayos clínicos con piojos y cerdos. Posteriormente, y tras la Segunda Guerra Mundial, Mückter creo el imperio farmacéutico de Grünenthal. Cuando salió a la luz el tema de los afectados, éste junto a otros tres médicos, fueron condenados a pagar indemnizaciones millonarias en Alemania. No obstante en España las víctimas no corrieron con la misma suerte. Según datos de la Dirección General de Farmacia y Medicamentos de 1980, los 7 medicamentos con talidomida vendidos en nuestro país , fueron:

· IMIDAN (comprimidos), número de registro sanitario: 32.936, anulado el 21 de enero de 1963 y proveniente del laboratorio UCB PEVYA, S.A. .(Hoy U.C.B. PHARMA)
· VARIAL(comprimidos), número de registro sanitario: 34.593, anulado el 21 de enero de 1963 y proveniente del laboratorio UCB PEVYA, S.A.(Hoy U.C.B. PHARMA)
· GLUTO NAFTIL, (comprimidos), número de registro sanitario: 32.258, anulado el 21 de enero de 1963 y proveniente del laboratorio FARMACOBIOLÓGICOS N.E.S.S.A.
· SOFTENON, (comprimidos), número de registro sanitario: 34.047, anulado el 21 de enero de 1963 y proveniente del laboratorio MEDINSA (Hoy Andrómaco), como representante de Chemie Grünenthal
· NOCTOSEDIV, (comprimidos), número de registro sanitario: 34.048, anulado el 21 de enero de 1963 y proveniente del laboratorio MEDINSA (Hoy Andrómaco), como representante de Chemie Grünenthal.
· ENTERO-SEDIV, (comprimidos), número de registro sanitario: 34.875, anulado el 22 de enero de 1963 y proveniente del laboratorio MEDINSA (Hoy Andrómaco), como representante de Chemie Grünenthal.
. ENTERO-SEDIV-SUPENSIO. (Solución), número de registro sanitario: 37.665, anulado el 20 de octubre de 1962 y proveniente del laboratorio MEDINSA (Hoy Andrómaco), como representante de Chemie Grünenthal.

Pese a la retirada en el mercado de este componente, se ha seguido utilizando, esta vez como paliativo al mieloma o cáncer de médula ósea.

El pasado 30 de mayo tuvo lugar una reunión en Londres, en la que la EMEA( European Agency for the Evaluation of Medicinal Products :Agencia Europea para la Evaluación de Productos Médicos) y comunicó a las asociaciones de victimas de talidomida de la U.E., que de una forma inminente, dará vía libre a la talidomida para su comercialización y uso médico en la lucha contra este tipo de cáncer, pese a las opiniones científicas que contradicen su uso médico. Según publicó la revista: 'The New England Journal if Medicine' (NEJM) el pasado año: “Aunque inicialmente el fármaco logró reducir la cantidad de células cancerosas a niveles indetectables (lo que se denomina 'remisión completa'), en el 62% de los pacientes tratados frente al 43% del otro grupo, esta ventaja pronto se diluyó: A medida que los pacientes dejaron de responder a la talidomida y se produjeron las primeras recaídas el ritmo de fallecimientos fue mucho más acelerado”

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sábado, 23 de junio de 2007

Comentario al Libro El Poder y la Gloria


Realizado por: Andrés Campoy Alcolea.
En Méjico, durante la década de 1924-1934, el Estado Mejicano, experimentó uno de los enfrentamientos más fuertes con la Iglesia Católica. Estos enfrentamientos iban aparejados de otro tipo de luchas entre los campesinos y los hacendados. Los años de esta década, fueron muy duros por el antagonismo de las dos instituciones más poderosas de la nación mejicana. El presidente Plutarco durante los años que duró su presidencia y posteriormente como presidente del Partido Revolucionario PRI., mostró su lado más duro e intransigente, contra la Iglesia, que a su vez lo contrarrestó con enorme dureza más dialéctica que violenta. Todo esto condujo a que las dos instituciones perdiesen toda su credibilidad dentro del país y a que se perdieran muchas vidas, creándose una situación, próxima a una guerra civil.
Estos enfrentamientos, no se produjeron de forma casual, puesto que desde la Independencia de Méjico, y en concreto Juárez, apuntaba que para poder modernizarse Méjico, era necesario que se adoptase el modelo político liberal y la economía de mercado capitalista. El modo de producción imperante en México se sustentaba en grandes propiedades agrícolas, de modo que casi se podía calificar de feudal. Pues bien, una de las instituciones con más posesiones de tierras era precisamente la Iglesia católica ( recuérdese que en España también se produjo algo parecido con la desamortización de Mendizábal pero sin esos tan violentos enfrentamientos) . Se entiende así que el Gobierno mexicano, a través de la Ley Lerdo intentara, tímidamente es verdad, distribuir las propiedades de la Iglesia entre una población empobrecida, con el espíritu de dar un impulso capitalista al país.
Desde sus primeros momentos la Revolución mexicana, iniciada en 1.910 por Francisco Madero, fue decididamente anticlerical; como confirmación tenemos el dato de que uno de sus grupos doctrinales inspiradores, “Regeneración”, era de tendencia sindicalista e incluso anarquista, y se apoyaba intelectualmente en no pequeña medida en Bakunin. Está bien constatado que dos maestros de escuela en el pueblo morelense de (un ya adulto) Zapata le marcaron intelectualmente; uno de ellos le animó a leer el periódico de este grupo, y el otro le informó a través de sus conferencias y conversaciones privadas del ideario de Alexander Kropotkin.
La Constitución de 1.857, durante la vicepresidencia de Juárez, era liberal y deseosa de terminar con los privilegios del clero y el estamento militar, y a ella se remitían los revolucionarios constitucionalistas como inspiración. Juárez peleó más que nadie, siendo ya presidente del país, por la separación entre Iglesia y Estado, ya que ahí estaba el germen de la auténtica igualdad social. Tal posicionamiento político no indica, que Juárez se encontrara cercano a idearios socialistas o comunistas. Si miramos al gran Vecino del Norte, encontramos que Lincoln, estricto contemporáneo de Juárez, también era rotundo en la necesidad de mantener Estado e Iglesia bien separados.
La Constitución de 1.917, en Méjico, redactada por los victoriosos revolucionarios, era bastante radical, garantizando la distribución de la propiedad de las tierras. Asimismo incluía, un buen número de artículos dirigidos a mermar la posición ventajosa de la Iglesia; la tradición juarista había quedado plasmada, por supuesto. Sin embargo, en una muestra de realismo político, o sencillamente de sentido común, tales disposiciones fueron activadas sólo débilmente; y prácticamente en absoluto en aquello estados, en que se conocía muy bien la hondura de las raíces católicas en la población.


A este México convulsionado tanto o más que la Unión Soviética, que parecía encontrarse con toda la sociedad revuelta incapaz de ganar su posición de equilibrio, llegó Graham Greene.
Podríamos preguntarnos: ¿Quién era en 1.938 Graham Greene? y ¿Para qué llegó a Mejico?. En primer lugar un inglés, con sangre escocesa en sus venas para hacerle aún más británico, puesto que su madre era prima de R. L. Stevenson, el que escribió “La Isla del Tesoro”; en segundo lugar era un hombre de letras. Greene nunca tuvo dudas sobre cuál era su vocación, pues comenzó a escribir ya en la adolescencia y a los veinticinco años había completado cuatro novelas, la última de las cuales fue un más que moderado éxito de público y crítica. Su padre era profesor del Colegio Berkhamsted, y él mismo nació en una casa situada en sus dependencias. Según ese inmenso (y hermoso) depósito de saber que es Encylopaedia Britanica se trata de una institución fundada nada menos que en 1.541: desde el inicio Greene encuentra una tradición, inglesa hasta las más hondas raíces. Berkhamsted, situada a 45 km. al noroeste de Londres, tiene un castillo con foso y puede presumir de una iglesia del siglo XIII. Aunque cuando nació (1.904) la Reina Victoria ya no estaba con su amado pueblo desde hacía tres años, la sociedad que se adjetiva con su nombre no se había extinguido de ninguna manera, y menos aún en un hogar de enseñantes.
Nos podríamos preguntar por si su único motivo fue el encargo que le hizo la editorial Longman de escribir sobre la persecución religiosa en aquel país, pero conociéndole probablemente existieran otros motivos, de carácter personal.
El comienzo de la novela, se sitúa en un pequeño pueblo mexicano, más bien una aldea, a pesar de contar con un pequeño puerto fluvial; allí vive Mr. Tench., un dentista inglés, que se instaló hace casi veinte años esperando hacer fortuna. Es evidentemente un desarraigado, un hombre errante que ha quedado atrapado en ese ritmo lento de vida que domina en México, y con unos ahorros en una moneda que cada vez se devalúa más y que él observa cómo pierde dinero cada día.
En esta situación toman el alcohol a escondidas, pues en esos años, en ese estado mexicano impera la ley seca. Continua la novela que acude a visitar a Mr. Tench, un niño que reclama su ayuda para su madre moribunda; Tench no es médico, a pesar de tener cierto aire de serlo. A pesar de todo, ante la estólida persistencia del niño, decide acompañarle en mula hasta la casa de la enferma.
Greene ya nos ha explicado, un tanto indirectamente, que la Iglesia del pueblo ha sido saqueada, y que el forastero Un extraño personaje, es un fugitivo, y más que probablemente un sacerdote. El arranque de la novela tiene pues un cierto matiz a género policiaco, en el que el autor inglés se desenvolvía con facilidad; junto a sus esfuerzos más serios, escribía los que llamaba “entretenimientos”, dirigidos a un público más amplio en un país con mucha tradición de novela de intriga. Los motivos eran, en parte, alimenticios; e insistimos que sólo en parte, pues Greene utilizará la técnica de este tipo de relatos, para dotar de consistencia narrativa a sus textos; en sus manos, en su pluma, esta estructura de policías, ladrones y espías albergará unos contenidos mucho más densos; en ocasiones incluso teológicos.
En el siguiente capítulo hallamos al otro personaje principal de la obra; es un teniente de policía, defensor acérrimo de la ideología de la Revolución mexicana. Es un hombre de vida casi monástica, y moralidad sexual intachable, algo de lo que no puede jactarse el cura al que acaba de conocer Mr. Tench.
Este servidor de la ley está poseído por un sentido de “misión”, no muy diversa de la de los sacerdotes católicos en lejanas tierras de paganos; pero el suyo es un cometido de finalidad opuesta: hay que terminar definitivamente con la explotación por parte de los propietarios de… casi todo en México. Y defendiendo al propiedad privada, incluso acumulando un gran trozo de ella en su país esta la Iglesia romana; el teniente siente no sólo animadversión ideológica hacia esta institución, sino aquilatado odio. Son los curas quienes fomentan la resignación de los pobres, quienes ofuscan sus conciencias con misterios ultramundanos de modo que no ven la nueva sociedad equitativa que les ofrecen los nuevos tiempos.
Son pues estas las situaciones antagonistas, que se enfrentarán por determinar la estructura social de este país todavía bajo las consecuencias inmediatas de la Revolución. A continuación el narrador nos presenta a una humilde familia (los padres, un hijo de catorce años y sus dos hermanas más pequeñas), que vive junto a la Academia Comercial en la capital del estado; ella nos proporciona el único apelativo que tendrá el protagonista: el cura del whiskey.
Este cura cuenta entre sus hazañas, la de haber bautizado a un niño con el nombre de Brigitta. De manera que podemos conjeturar hasta que extremo abusaba del alcohol ese servidor de Dios; por ende, para multiplicar el escándalo, hay una explicación para ese nombre: es el de la hija que el cura tuvo con una de las mujeres de su diócesis.
También junto a este personaje está el padre José, quien tampoco es ejemplar; al exigir las leyes del estado (Garrido Canabal, nunca mencionado por su nombre, en la sombra) que los curas se casaran o cargarán con las consecuencias, este individuo esencialmente débil cedió en toda la línea de flotación. En esos momentos es un hombre de 62 años, impotente, casado con una vieja arpía que lo empequeñece, siendo el blanco favorito de las burlas de todo el patio de vecinos; el propio padre José percibe mejor que nadie cuán patético resulta.
En esta tesitura, el cabeza de esa sencilla familia capitolina le dice a su esposa: eso es todo lo que hay en la Iglesia mexicana; sólo puedes elegir entre un cura borrachín, o un cura casado.
Aquí el autor da la impresión de que ha olvidado sus principios morales religiosos. Es saludable la autocrítica, pero ¿es preciso llegar a tales posiciones, fronterizas ya con el otro bando ideológico? Es muy visible también la honestidad del teniente, su falta de ambiciones políticas, su austeridad, su carencia de instintos arribistas; su objetivo es la justicia social, que hará mejor la existencia de familias como la presentada brevemente, la cual hasta ahora no tiene más elección de futuro que una Iglesia con réprobos y borrachos.
Nuestro novelista no quiere marcar las cartas, y nos transmite la información que recopiló en la tierra de los caminos sin ley: hubo pusilánimes y hubo desvergonzados. Pero también existe otro perfil de esa época, y la novela nos lo desvelará, incluso sin cambiar de protagonistas.
Los desafortunados sucesos de 1.836 en Méjico, tuvieron su continuación, por casi los mismos motivos, exactamente diez años después. Por nuestra parte poseemos la profunda convicción de que si los norteamericanos hubieran intentado algo parejo en los días de Emiliano Zapata y Pancho Villa, los ríos de sangre vertida y coagulada habrían sido suficientes para llenar el canal de Panamá
Sabemos que “El Agente Confidencial” y “El Poder y la Gloria” se terminaron en el mismo año; no sólo eso, nuestro autor (presionado por el tiempo y el dinero) escribía por las mañanas la primera y corregía por la tarde la segunda. ¿Cómo justificar el olvido de los pobres por parte de la iglesia mexicana, y muchas otras traiciones? El tipo de traición de Philby, al propio país, no es el único posible; quizás ni siquiera el peor; lo expresa así Greene en su prólogo a “Mi Guerra Silenciosa”, y también, más de veinte años antes, en las andanzas y desventuras del cura del whiskey, a quien ya es momento de volver a visitar.
Cuando el protagonista perdió el barco para Veracruz comenzó otra vez su vagabundeo (su Calvario) por las aldeas del estado, buscando (cada vez con más dificultades) algo de comida, albergue y auxilio. En cierta ocasión pernocta en el establo de una familia inglesa, los Fellows, gracias a la intrepidez de su hija Coral. Ésta, a pesar de tener sólo trece años, es ya una confirmada atea, por lo cual le sugiere al cura que “renuncie” y así salve el pellejo. Éste contesta que tal cosa es imposible; el sacerdocio es como una marca de nacimiento, un estigma imborrable, no importa cuantos actos de apostasía intentemos realiza.
Esta es la primera mención por parte del narrador del carácter extra-humano, trascendental, de la institución de los presbíteros; habrá otras alusiones al tema en el resto de la obra, y en otras varias novelas y piezas de teatro de Greene. Es una de sus grandes preocupaciones.
Mientras tanto vemos a su némesis, el teniente de policía, hablando con el “jefe” , en un día de domingo en que no se oye una sola campana. Poco después de pasar por el recientemente construido edificio del Sindicato de Trabajadores y Campesinos, índice de los nuevos y revolucionarios tiempos, el teniente resume su objetivo político y personal: “Un día olvidarán que hubo alguna vez una Iglesia aquí”.
El narrador no define ideológicamente de manera concreta a este hombre: comunista, socialista, anarquista, sindicalista; es solamente un revolucionario. También él ha hecho una opción, exclusiva y definitiva, por los pobres; y no está dispuesto a ceder un milímetro en ese curso de navegación. Por todo ello confía ilimitadamente en el futuro social de México, y está dispuesto a perseguir tal fin con todos los medios; se percibe una clara disposición maquiavélica en él. La mejora de su país exige la eliminación de tres estamentos del “antiguo régimen” responsables de casi toda la injusta desigualdad: la Iglesia, los gringos, la clase política.
Si para atrapar al cura fugitivo es preciso pasar por las armas a granjeros de las aldeas que lo han cobijado y no lo han delatado… se hará. El fin justifica los medios. Si Norman Sherry ve mucho del propio Greene en el protagonista de esta novela, nosotros podremos ver algo de Philby en el teniente; ambos están preparados para emplear medidas cuestionables y de excepción (el fusilamiento, el espionaje) para llegar a la Meta, porque ésta bien vale el sacrificio de unos cuantos individuos.
Cansado, agotado, y cada vez más vacío de energía física y espiritual, el sacerdote decide regresar a la aldea que fue su diócesis, donde se encuentran su hija Brigitta, y la madre de ésta. Vuelve, en algún sentido, a un lugar de vergüenza para él; el narrador nos confía abiertamente que éste cura no tuvo nunca verdadera vocación de servicio a los humildes. Era un joven orgulloso, con el deseo de prosperar y llegar a una holgura económica; quería alcanzar ese status del hombre a quien hay que respetar, ante cuyo paso los campesinos se quitan ceremoniosamente el sombrero.
En cuestión de altruismo-egoismo y moralidad, el policía gana por goleada al cura; ya vimos que aquél era de dedicación ascética a su trabajo revolucionario, sin aprovecharse de las mujeres, sin “mordidas”, sin maquinaciones de “trepa” político. El cura ha fracasado en muchos respectos en su “misión” con los aldeanos.
El cura, después de seis años, celebra la misa nuevamente otra vez en la aldea, su sermón tiene colores fuertes de resignación cristiana, y de alabanza de los pacíficos corderos: “El cielo es donde no hay jefe, ni leyes injustas, ni soldados, ni hambre”. Si el policía hubiera atendido ese oficio religioso, habría gritado: aquí tienen Vds. un ejemplo preclaro de lo que es el opio del pueblo; los curas proporcionando adormidera a las ya de por sí algo inertes conciencias de los campesinos mexicanos; no se rebelen, no reclamen una justa distribución de las tierras, no exijan la apropiación de aquellos mercancías que han producido.
En un esforzado y penoso encuentro con Brigitta el cura intenta transmitirle cuanto la ama y se preocupa por ella. El padre intenta comunicar a su hija cuanto la ama, y cuan importante es; asegura que por ella daría la vida, o mejor el alma. Éste será el eje central de la más atrevida y arriesgada de las obras teatrales de nuestro autor: “El invernadero”. Y ahora reproduzcamos las propias palabras del narrador, puesto que no en vano es un experto en el lenguaje y la traslación de emociones:
“Ésa era la diferencia, siempre la había sabido, entre su jefe y la de ellos, los líderes políticos del pueblo, que se preocupaban sólo por cosas como el estado, o la república: esta niña era más importante que todo un continente”.
Y es aquí donde se separan los caminos, y los idearios socio-políticos, de aquél y de Philby; para el maestro de espías no se puede minimizar el cometido de esos líderes que sólo se preocupaban por cosas como el estado o la república; estas “cosas” son la eliminación de la alienación, la equidad, el derecho de asociación, expresión y manifestación, la educación pública, la sanidad garantizada, la redistribución de las tierras etc. Todo ello es esencial para la vida humana, para la dignidad, para la liberación de las cadenas de la explotación de clase
En el siguiente párrafo los dos ingleses se separan aún más. Greene hace decir al protagonista que si el Presidente de la República, allá en la capital, está protegido por multitud de hombres armados, Brigitta esta guardada por todos los ángeles del cielo. Porque tanto el narrador, como su personaje creen en ángeles, arcángeles, querubines y serafines, tronos y potestades; en la resurrección de los muertos, en la inmortalidad del alma, en Dios Todopoderoso, en que Jesucristo posee naturaleza divina, en su Segunda Venida, en el purgatorio, en la vida futura contemplando a Dios y así sucesivamente.
En todo ello no cree el teniente de policía, ni los marxistas, ni los espías de Cambridge. Entre el cura del whiskey (Greene) y el policía (Philby) puede haber muchas puntos de convergencia, como la preocupación por los pobres, el deseo de mejorar su lamentable condición laboral y sanitaria, la confianza en el futuro de México (y de la humanidad), la aspiración a la educación universal y gratuita, la creencia en la bondad natural del ser humano y su perfectibilidad… y mucho más. Pero discrepan radicalmente so0bre “lo que hay”, sobre qué clase de entes existen; recurriendo a las categorías aristotélicas podemos decir que no coinciden sobre lo que es accidental o substancial; o, mejor dicho, sobre qué tipo de substancias “hay”. Para el cura (Greene) hay: Dios, alma, mundo espiritual, cielo; para el policía (Philby) nada de lo anterior, pues todas ellas se reducen a Materia, la única y verdadera sustancia; las aceptadas por el catolicismo no llegan ni al rango de substancias segundas (Ideas-Formas platónicas), son sólo entes de ficción.
Si la dicotomía egoísmo-altruismo es la piedra de toque de la moralidad, el policía gana por goleada al cura; ya vimos que aquél era de dedicación ascética a su trabajo revolucionario, sin aprovecharse de las mujeres, sin “mordidas”, sin maquinaciones de “trepa” político. El cura ha fracasado en muchos respectos en su “misión” con los aldeanos.
Cuando, después de seis años, celebra la misa otra vez en la aldea, su sermón tiene colores fuertes de resignación cristiana, y de alabanza de los pacíficos corderos: “El cielo es donde no hay jefe, ni leyes injustas, ni soldados, ni hambre”. Si el policía hubiera atendido ese oficio religioso, habría gritado: aquí tienen Vds. un ejemplo preclaro de lo que es el opio del pueblo; los curas proporcionando adormidera a las ya de por sí algo inertes conciencias de los campesinos mexicanos; no se rebelen, no reclamen una justa distribución de las tierras, no exijan la apropiación de aquellos mercancías que han producido.
En un esforzado y penoso encuentro con Brigitta el cura intenta transmitirle cuanto la ama y se preocupa por ella; en esta escena tenemos a Greene en plena forma de Greenelandia, navegando a todo trapo con el más favorable de los vientos.
El padre intenta comunicar a su hija cuanto la ama, y cuan importante es; asegura que por ella daría la vida, o mejor el alma. ¡Atención! Éste será el eje central de la más atrevida y arriesgada (sus detractores apostillarán tremebunda e inverosímil) de las obras teatrales de nuestro autor: “El invernadero”. Y ahora reproduzcamos las propias palabras del narrador, puesto que no en vano es un experto en el lenguaje y la traslación de emociones:
“Ésa era la diferencia, siempre la había sabido, entre su jefe y la de ellos, los líderes políticos del pueblo, que se preocupaban sólo por cosas como el estado, o la república: esta niña era más importante que todo un continente”.
Este párrafo es 100% Graham Greene. Y es aquí donde se separan los caminos, y los idearios socio-políticos, de aquél y de Philby; para el maestro de espías no se puede minimizar el cometido de esos líderes que sólo se preocupaban por cosas como el estado o la república; estas “cosas” son la eliminación de la alienación, la equidad, el derecho de asociación, expresión y manifestación, la educación pública, la sanidad garantizada, la redistribución de las tierras etc. Todo ello es esencial para la vida humana, para la dignidad, para la liberación de las cadenas de la explotación de clase. ¿Un niño más importante que un continente? ¿Cuántos niños son habitantes de un continente?
En el siguiente párrafo los dos ingleses se separan aún más. Greene hace decir al protagonista que si el Presidente de la República, allá en la capital, está protegido por multitud de hombres armados, Brigitta esta guardada por todos los ángeles del cielo. Porque tanto el narrador, como su personaje creen en ángeles, arcángeles, querubines y serafines, tronos y potestades; en la resurrección de los muertos, en la inmortalidad del alma, en Dios Todopoderoso, en que Jesucristo posee naturaleza divina, en su Segunda Venida, en el purgatorio, en la vida futura contemplando a Dios y así sucesivamente.
En todo ello no cree el teniente de policía, ni los marxistas, ni los espías de Cambridge. Entre el cura del whiskey (Greene) y el policía (Philby) puede haber muchas puntos de convergencia, como la preocupación por los pobres, el deseo de mejorar su lamentable condición laboral y sanitaria, la confianza en el futuro de México (y de la humanidad), la aspiración a la educación universal y gratuita, la creencia en la bondad natural del ser humano y su perfectibilidad… y mucho más. Pero discrepan radicalmente sobre “lo que hay”, sobre qué clase de entes existen; recurriendo a las categorías aristotélicas podemos decir que no coinciden sobre lo que es accidental o substancial; o, mejor dicho, sobre qué tipo de substancias “hay”. Para el cura (Greene) hay: Dios, alma, mundo espiritual, cielo; para el policía (Philby) nada de lo anterior, pues todas ellas se reducen a Materia, la única y verdadera sustancia; las aceptadas por el catolicismo no llegan ni al rango de substancias segundas (Ideas-Formas platónicas), son sólo entes de ficción.
Si la dicotomía egoísmo-altruismo es la piedra de toque de la moralidad, el policía gana por goleada al cura; ya vimos que aquél era de dedicación ascética a su trabajo revolucionario, sin aprovecharse de las mujeres, sin “mordidas”, sin maquinaciones de “trepa” político. El cura ha fracasado en muchos respectos en su “misión” con los aldeanos.
Cuando, después de seis años, celebra la misa otra vez en la aldea, su sermón tiene colores fuertes de resignación cristiana, y de alabanza de los pacíficos corderos: “El cielo es donde no hay jefe, ni leyes injustas, ni soldados, ni hambre”. Si el policía hubiera atendido ese oficio religioso, habría gritado: aquí tienen Vds. un ejemplo preclaro de lo que es el opio del pueblo; los curas proporcionando adormidera a las ya de por sí algo inertes conciencias de los campesinos mexicanos; no se rebelen, no reclamen una justa distribución de las tierras, no exijan la apropiación de aquellos mercancías que han producido.
En un esforzado y penoso encuentro con Brigitta el cura intenta transmitirle cuanto la ama y se preocupa por ella; en esta escena tenemos a Greene en plena forma de Greenelandia, navegando a todo trapo con el más favorable de los vientos.
El padre intenta comunicar a su hija cuanto la ama, y cuan importante es; asegura que por ella daría la vida, o mejor el alma. ¡Atención! Éste será el eje central de la más atrevida y arriesgada (sus detractores apostillarán tremebunda e inverosímil) de las obras teatrales de nuestro autor: “El invernadero”. Y ahora reproduzcamos las propias palabras del narrador, puesto que no en vano es un experto en el lenguaje y la traslación de emociones:
“Ésa era la diferencia, siempre la había sabido, entre su jefe y la de ellos, los líderes políticos del pueblo, que se preocupaban sólo por cosas como el estado, o la república: esta niña era más importante que todo un continente”.
Este párrafo es 100% Graham Greene. Y es aquí donde se separan los caminos, y los idearios socio-políticos, de aquél y de Philby; para el maestro de espías no se puede minimizar el cometido de esos líderes que sólo se preocupaban por cosas como el estado o la república; estas “cosas” son la eliminación de la alienación, la equidad, el derecho de asociación, expresión y manifestación, la educación pública, la sanidad garantizada, la redistribución de las tierras etc. Todo ello es esencial para la vida humana, para la dignidad, para la liberación de las cadenas de la explotación de clase. ¿Un niño más importante que un continente? ¿Cuántos niños son habitantes de un continente?
En el siguiente párrafo los dos ingleses se separan aún más. Greene hace decir al protagonista que si el Presidente de la República, allá en la capital, está protegido por multitud de hombres armados, Brigitta esta guardada por todos los ángeles del cielo. Porque tanto el narrador, como su personaje creen en ángeles, arcángeles, querubines y serafines, tronos y potestades; en la resurrección de los muertos, en la inmortalidad del alma, en Dios Todopoderoso, en que Jesucristo posee naturaleza divina, en su Segunda Venida, en el purgatorio, en la vida futura contemplando a Dios y así sucesivamente.
En todo ello no cree el teniente de policía, ni los marxistas, ni los espías de Cambridge. Entre el cura del whiskey (Greene) y el policía (Philby) puede haber muchas puntos de convergencia, como la preocupación por los pobres, el deseo de mejorar su lamentable condición laboral y sanitaria, la confianza en el futuro de México (y de la humanidad), la aspiración a la educación universal y gratuita, la creencia en la bondad natural del ser humano y su perfectibilidad… y mucho más. Pero discrepan radicalmente so0bre “lo que hay”, sobre qué clase de entes existen; recurriendo a las categorías aristotélicas podemos decir que no coinciden sobre lo que es accidental o substancial; o, mejor dicho, sobre qué tipo de substancias “hay”. Para el cura (Greene) hay: Dios, alma, mundo espiritual, cielo; para el policía (Philby) nada de lo anterior, pues todas ellas se reducen a Materia, la única y verdadera sustancia; las aceptadas por el catolicismo no llegan ni al rango de substancias segundas (Ideas-Formas platónicas), son sólo entes de ficción.
la novela comunica el estado saludable y resistente de la Iglesia en el México de 1.938 a ambos en perfecta sintonía, debido a su preocupación por la redistribución de la riqueza y la condición de las masas trabajadoras
Recordemos que el cura del whiskey le razonaba al teniente de policía que si los líderes de la Revolución mexicana caían en los mismos vicios de rapacidad, acumulación de bienes, e inmoralidad que los anteriores latifundistas, entonces todo el designio perdía su significado. ¿Por qué? Aunque en el México de 1.910 no se inició un movimiento comunista, vamos a orientarnos a través de la teoría marxista para responder.
El protagonista de “El Poder y la Gloria” estaba en la certeza de que si todos los sacerdotes, o incluso la gran mayoría de los fieles católicos, fueran éticamente vergonzantes, a pesar de todO, la Buena Nueva conservaría su fuerza y valor. Siempre pueden aparecer hombres mejores en tiempos mejores; en cambio la Revolución no sobreviviría a la indecencia de sus dirigentes y principales seguidores.
No albergamos dudas acerca de que Greene comparte completamente tales enunciados de su personaje, y que en este caso (no en otros de la obra), habla por su boca. ¿Cuál es la fuente última de esta radical divergencia entre catolicismo y comunismo? Greene nunca la manifiesta con estas palabras, pero nosotros vamos a emplearlas: el primero es portador de la Verdad (el Camino y la Vida), y el segundo no.
Y por fin llega la escena cumbre de la pieza y se llega al final del laberinto. James visita a su tío William, un sacerdote no muy ejemplar debido a su afición (¡cómo no!) a la bebida; tenemos otro cura del whiskey, que esconde una botella del ansiado bebedizo tras un tomo de la “Enciclopedia Católica”. Ayudado tío y sobrino por el consumo alcohólico, que suelta sus lenguas y sus memorias, ambos consiguen recordarlo todo, fundamentalmente el tío desde luego. Éste quería enormemente a James, como a un hijo (¿por qué no?), y casi lo había conducido hasta la fe religiosa; sin embargo existía un rival dialéctico incomparablemente equipado de convincentes argumentaciones: H. C. Callifer. Éste fue tan destructor con su bisturí cientificista y racionalista con la tímida fe que brotaba de su hijo, que éste concluyó emocionalmente aniquilado; y sólo entrevió como recurso la cuerda del suicida. El padre Callifer, desgarrado hasta el paroxismo, le pide a su Dios que devuelva la vida al inocente a cambio de lo único valioso que él posee: su fe.
Ciertamente el sacerdote ha reconocido ante su patrona que hace treinta años que perdió toda creencia; ¿por qué? Tras la visita traumática de James lo sabe; la rememoración por fin llega para ambos sufrientes, y James deja a su tío rezando de verdad.
Conclusión:
“El Poder y la Gloria” nos ha presentado rápidamente a sus protagonistas/antagonistas: un cura débil y fugitivo - un policía ascético, cargado de un sentido de misión hacia la justicia social. Es la Iglesia frente a Garrido Canabal, o mejor frente a Zapata o Cárdenas, si no pretendemos adscribir al teniente rasgos cercanos a la furia revanchista.
El páter-whiskey pierde el barco hacia Veracruz por atender a una moribunda: a pesar de su cobardía su función sacerdotal siempre está con él. Comienza de nuevo su vida de fugitivo, su Calvario personal; y verdaderamente la narración de Greene tiene mucho de Pasión, que aguarda ineludiblemente al protagonista aunque éste se desplace constantemente. Así que retorna a la aldea donde vive su hija Brigitta, y la madre de ésta; allí se presenta el teniente, sabueso impenitente, con la intención de encontrarlo y fusilarlo. Sin embargo no reconoce entre los diversos campesinos, y éstos tampoco lo denuncian; salvación casi inverosímil, digna de una novela barata de aventuras… y Greene no ha hecho sino empezar con las peripecias.
El Padre-whiskey decide, contra todo pronóstico razonable, continuar hacia el sur en vez de hacerlo hacia el estado del norte, mucho más suave en las leyes anticlericales. Sí, todo apunta a que tiene necesidad de expiación por… ¿Brigitta? ¿María? ¿su cobardía? ¿su vergonzoso ejercicio del ministerio? Todo ello posiblemente. No quiere entregarse, porque ello sería ceder a la injusticia del estado laico y perseguidor de Garrido Canabal; pero tampoco desea acomodarse a la cómoda ubicación en las grandes ciudades, donde no hay persecución, como la mayoría de los sacerdotes (incluyendo su obispo). No, nuestro clérigo no es tan impresentable, ni tan pusilánime después de todo.
Al llegar a la pequeña aldea de Candelaria encuentra por primera vez al mestizo (también sin nombre propio en la novela), quien comienza a seguirle sin pausa. ¿Qué es lo que pretende? Por una parte parece que buscaría la recompensa, ya que supuestamente lo ha reconocido como el cura fugitivo; por otro lado insiste en que sólo quiere ser su amigo, y además le pide la confesión. El páter niega repetidamente su identidad, sin conseguir ningún efecto, ya que incluso tiene que compartir choza con él durante una noche sin que se aclare la tensión entre ellos.
¿Es el mestizo un Judas o un hombre arrepentido que busca la absolución de un representante de Dios? ¿Ha reconocido de verdad al cura, o sólo tiene sospechas? ¿Escapará de sus garras aquél, o será traicionado para morir en una mazmorra? La novela aquí parece escorarse definitivamente hacia la línea de John Buchan, con abundantes sustos y sorpresas, y alejarse de la hondura existencial de Joseph Conrad, que fue la gran influencia de Greene en sus primeros años. Así se nota en “El Hombre Interior”, su primer éxito; y prácticamente en todos sus otras novelas hasta la presente. En “El Poder y la Gloria” hay un giro si no copernicano, sí decisivo en el estilo narrativo de Greene, que se hace más escueto y directo, menos (aparentemente) trabajado.
De este modo el páter consigue zafarse por fin en otra aldea, la suya natal precisamente, de la pegajosa compañía del mestizo, con lo cual parece libre de peligros; pero en un relato estilo Buchan nunca se sabe. En el siguiente capítulo Graham nos presenta a un mendigo que está hablando, o quizás más bien importunando a un hombre vestido de dril; éste, sin nombre, intuimos inmediatamente que es nuestro también innominado sacerdote; el escenario es ahora la capital del estado innominado (Tabasco desde luego). Así pues el “héroe” buchaniano se metido en las fauces del lobo, el toro más bravo de la ganadería anticlerical del Presidente (o Jefe Máximo) Elías Calles, i.e. el gobernador Garrido Canabal. ¿Conseguirá el protagonista huir de las redes letales del malvado jerarca? ¿Escapará por fin hacia el estado del norte, para instalarse dichoso en una urbe pro-católica? ¿Será encontrado y denunciado por el pérfido mestizo? La respuesta en la próxima entrega, que podrá Vd. adquirir en su quiosco habitual.
Así comenzó a proceder Greene en sus “entretenimientos”, distanciándose de la redacción exquisita y preciosista de Conrad o James, para comunicarnos con pocos intermediarios lingüísticos quién es quien y qué esta sucediendo. Nuestro escritor perdía así en impacto estético, pero ganaba ciertamente en inmediatez. Ese cambio de formas se traspasó asimismo a sus textos más “serios”, con lo cual el Greene maduro ya jamás nos recordará a sus admirados juvenilmente Conrad y James; pero tampoco puede ser catalogado (y no lo es) dentro de la Historia de la Literatura en el mismo rango que Buchan o A. Christie: él es mucho más profundo psicológicamente, más comprometido socialmente, más ambicioso teológicamente, más católico.
De modo que el padre-whiskey consigue a través del mendigo pelmazo averiguar donde puede adquirir un poco de vino, en ese estado donde reina la “ley seca”. Lo último es una muestra del rigor ascético, pero laico, de Garrido Canabal y Calles, parte de la ideología y modo de conducta que pretenden oponer a la doctrina católica. Por el camino hacia la casa del vendedor se tropiezan con un pelotón de policías, acompañando al mestizo, quien claramente está allí para denunciar a aquél que le reportará una generosa recompensa; el mastín no quiere soltar a la presa, y el suspense no decrece. Greene está en el sendero literario de sus “entretenimientos”, alejado al parecer de motivaciones religiosas y búsquedas teológicas; no lo creamos del todo, por el contrario.
El vendedor de la mercancía prohibida resulta ser nada menos que un primo del gobernador, y además la transacción se efectúa en presencia del jefe de policía (por tanto superior del teniente). Comprada la botella de vino el sacerdote no puede negarse, está ante autoridades después de todo, a que los tres hombres (se suma el mendigo) caten el producto.
Aquí Green se muestra en plena forma, y en pura expresión de su aproximación directísima a la “acción”; es penoso “ver” como el vino va desapareciendo en las barrigas de los tres descreídos ante la angustia del páter, no descrita verbalmente sino sólo inferida debido a la magnitud de la ofensa. Efectivamente, el líquido precioso, insubstituible para el sacramento de la Eucaristía y la presencia corporal de la Divinidad en este mundo lamentable, se volatiliza ante los ojos del oficiante de la ceremonia, que ahora no podrá tener lugar. Greene consigue esto con frases muy cortas, casi de sujeto/verbo/predicado, ausencia de circunloquios y de tropos, y renuncia a términos cargados de magnificencia y trascendencia. Cristo ya no podrá descender a la Tierra, a través de la misa, a través de la mano de “este” sacerdote, lo cual es trágico; pero Graham no insiste en ello con multitud de oraciones de lamento, de trabajada composición gramatical. El hecho es suficientemente tremendo para estremecer al lector, y así lo deja el hacedor del relato.
Algo más tarde el Padre-whiskey, escabulléndose de la policía entra por casualidad en un establecimiento público lleno de… ¡Camisas Rojas! Coincidencias al estilo Buchan desde luego, lejanísimas a J. Conrad o H. James. De Guatemala a Guatepeor; de las fauces del lobo al vientre de la ballena. Y mala fortuna, tropieza con la pared y la botella de brandy en su bolsillo tintinea delatoramente, así que otra vez a correr huyendo de los secuaces directos de Garrido Canabal. En su escapada el páter acaba enfrente de la casa de vecino donde reside ¡el Padre José! ¿No acabarán nunca los cruces aleatorios de personajes y situaciones? No, ciertamente, como se exige del género representado espléndidamente por “Los Treinta y Nueve Escalones”, sea novela (Buchan) o cine (Hitchcock).
El Padre José se niega en redondo a auxiliarle, demostrando una cobardía inmarcesible, lo cual honra al escritor católico Greene, que ha sido capaz de delinear un personaje de su fe tan poco edificante. De modo que el protagonista termina en la comisaría de policía, donde se encuentra (¡más azar!) al teniente, quien, una segunda vez, no lo reconoce como el fugitivo que lleva escurriéndosele durante años. La celda en que le confinan es minúscula, superpoblada y llena de decrépitos morales entre algún miembro respetable de la comunidad católica, que está allí como tal y no como delincuente.
El páter admite en ese ámbito cerrado física y psicológicamente que lo es, pero nadie se decide a denunciarle a pesar de la suculenta recompensa. En su autobiografía Greene comentaba que esta escena en la cárcel era de lo más satisfactorio que recordaba de su producción; unos fragmentos literarios que él mismo estimaba como realmente conseguidos. Los intercambios entre los recluidos son ciertamente conmovedores, desde el asesino a la piadosa mujer, y Graham salta de uno a otro con habilidad circense; ni un momento de descanso, ni un instante de aburrimiento, siempre emocionando e incluso haciéndonos estremecer (eso significa en inglés la palabra “thriller”).
Al día siguiente el páter-whiskey descubre horrorizado que en las celdas contiguas se encuentran los rehenes atrapados por el teniente para que las aldeas hagan acto de delación de su presencia en ellas. Aunque de ésta saldrá nuestro cura, para volver a la cárcel ya definitiva y terminalmente, estos fragmentos de “El Poder y la Gloria” conforman una auténtica Pasión; son un sufrimiento físico (el cura teniendo que acarrear los baldes de excrementos, incluido) y ante todo moral extremado. Los acontecimientos hurgan en la herida de la culpa y la indignidad del hombre, y del representante de Dios, hasta el punto de que no es posible que duela más.
Por ende, en una de las celdas se tropieza con el malhadado mestizo; al fin alguien le reconoce, pero tampoco ahora será denunciado, pues en tales circunstancias la recompensa no sería cobrada. Sólo le resta el interrogatorio del teniente, quien, incluso apiadado de su indigencia le da una moneda de cinco pesos. El narrador no se desliza hacia el fácil maniqueísmo de admirables católicos versus fanáticos revolucionarios socializantes; el policía conlleva casi todo lo recomendable de Zapata o Cárdenas, aunque desgraciadamente es tan implacable en la eliminación de lo que estorba al Movimiento de la Historia en México como el Presidente Obregón, al amigo íntimo de los fusilamientos sumarios. Nada debe estorbar la Marcha Ineluctable hacia la Utopía de Justicia Social, y si es necesario fusilar o espiar a tus amigos (Philby), ello es un mal necesario.
Durante toda esta parte de la novela Greene se ha desenvuelto como un cochino en un charco de agua sucio, o un potro mesteño en las amplias praderas del Medio Oeste: con absoluta libertad y control de la situación. Él es aquí alguien que domina perfectamente todos los pasos del baile, de manera que parece repetirlos casi en estado de duermevela; es un consumado maestro de la técnica del relato policiaco, y nos arrastra a través de él con una agilidad que podríamos adjetivar de cinemática. Como ya hemos mencionado, a partir de “El Poder y la Gloria”, y de “El Agente Confidencial”, el “entretenimiento” policiaco que escribió a la vez, su estilo novelístico se alejará irreversiblemente de Conrad et alteri. Sería una grosera simplificación aseverar que Greene aborda temáticas conradianas, o profundamente éticas, o sentidamente católicas, con el envoltorio de un relato de suspense. Tal afirmación erigiría una dicotomía radical entre el fondo y la forma; una grieta contundente entre el “fenómeno” (lo que se manifiesta a la luz) y el “noúmenos” kantiano (la cosa en sí misma, la auténtica realidad del relato).
Toda la parte de “El Poder y la Gloria” que transcurre en la capital del estado, con el páter-whiskey escapando de los policías, del mestizo, de los Camisas Rojas, buscando comprar el anhelado vino en casa del archienemigo, humillado por un ex-sacerdote, encarcelado con delincuentes y víctimas, cuestionado por su perseguidor permanente, descubierto pero no delatado etc. etc. se puede (y se debe) leer de un tirón, conteniendo el aliento mientras se aguarda el desenlace de tantos avatares.
Para este policía la vuelta al estado natural de la sociedad exige en primer lugar fusilar al cura y a otros como él, que defienden teórica y teológicamente el viejo y usurpador sentido de la propiedad.

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